Continuando la microserie, aquí presentamos ¡el drama microscópico del
momento!
Una semana después, en otra gota de agua, de la misma pipeta que la anterior (ni aclarado, la había; ¡toma método científico!) la vida proliferó tantamente, que los paramecios, los pobres, se chocaban los unos con los otros, felizmente ignorantes del peligro que corrían. El agua empezaba a escurrirse fuera del espacio protector entre el porta y el cubre, que es donde se dedican a existir seguros y protegidos. Súbitamente una ola reductora los atenazó y acorraló, acercando las lindes de su pradera acuática como en una peli de Indiana Jones, provocando situaciones de pánico pavor, hasta que sólo quedó una isla de agua que los apelotonaba a todos. Menos mal que, de momento, nadie ha confirmado la capacidad de sentir de los paramecios y las pulgas de agua (que también las había, también, no se impacienten), y supongo que simplemente murieron y ya está. Pero confieso que ser testigos impasibles de semejante tragedia microscópica nos ha dejado un poco tocados a mi equipo y a mí misma.
Por cierto, presten atención, hacia el 0:22 un paramecio nos guiña un ojo. ¡Será golfo!
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