Por ahí se decía que si Leucótea fuese una diosa no habría que llorar por ella, y si fuese mortal no habría que dedicarle sacrificios. Probablemente a ella ni le vaya ni le venga ninguno de los dos lemas, que además ya la Matutaban unas cuantas churris felizmente por lo menos una vez al año.
En cualquier caso, bien se cuida ella de conciliar salomónicamente sus excrecencias de anémona, sus linternas de Aristóteles, sus celentéreas medusidades, sus alas de manta raya y sus estructuras endo y exocelulares dignas de la más coqueta de las radiolarias, para que no se le formen nudos y pueda seguir tocando y pisando los fondos y las orillas con su delicadeza de pirindola.
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